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LA PRENSA
(Por Juan Carlos Fontana)
El león de la Metro, un excelente homenaje al arte de la ilusión.
ENTRE EL AMOR Y EL ABANDONO
Desde su origen el teatro ha tenido en los artistas trashumantes a los más grandes representantes del arte de la libertad y de los géneros populares.
El león de la Metro va por ese camino. La propuesta podría enmarcarse desntro de lo que es el ‘teatro de feria’, el que se lleva de pueblo en pueblo cautivando y haciendo soñar a aquellos que tal vez nunca vieron una representación.
Esta nueva pieza de Cecilia Hopkins (Milonga desierta, Gemma Suns), es un fiel ejemplo de ese arte que se apoya esencialmente en el ingenio y el talento de los artistas.
Bajo esa impronta, esta exquisita e imaginativa fábula de perdedores se convierte en una original e inteligente historia de amor y abandono, contada a través de dos personajes que cautivan de entrada la mirada del público.
El es un boxeador en decadencia que, a sus años, todavía sueña con encontrar un contrincante que lo desafíe y le permita revivir sus años de gloria. Ella es una chica de la calle, compañera momentánea de él, a la que el hombre hace disfrazar de Frida Kahlo. Porque él podría el “León Trotski” que se alojó en la casa de Kahlo, de la que se dice fue su amante, en su estadía mexicana o, simplemente, un ex campeón de boxeo, machista y egocéntrico, que hace de ella su “caballito de batalla”, para que en la plaza de los pueblos lo ofrezca como temible retador.
Lo peor es que a lo largo de los días, quizás meses, no aparece ningún contrincante que se atreva al “campeón”, hasta que ella, harta de esa situación de miseria, se rebela.
La historia es cautivante y permite un inteligente homenaje por parte de Hopkins al arte del circo, al varieté que se apoya en mínimos elementos y sólo deja al desnudo la creatividad y la capacidad de los intérpretes, como sucede en este caso.
Cecilia Hopkins y León Iskovich le ponen el cuerpo a un excelente juego teatral de dos intérpertes con inusitados recursos creativos. Ella viene del teatro y la danza antropológicos y eso se percibe en su admirable performance física, interpretativa y en el canto y él viene del tango; juntos proponen un viaje creativo de cautivante belleza que recuerda a aquel encanto inigualable que eran capaces de provocar los personajes de Gelsomina y Zampanó en La Strada, de Federico Fellini.